Toda creación tiene un creador y un fin. A veces es posible escapar a los mismos, pero como todos sabemos, la creación en sí misma está encapsulada por la comprensión de la realidad y el mundo de su diseñador. Toda creación de por sí lleva el contexto cultural de quien la diseña, le da forma, un uso y una relación social. Si bien un objeto podría encontrar variantes o usos diferentes en contextos y sociedades distintas, en sí mismo lleva una impronta, además de generar algún tipo de aglutinación o grupo de usuarios o ser una herramienta que forme parte, como instrumento de una historia colectiva. El pensamiento dominante impone una etapa de diseño, otra de creación y otra de producción y uso. Es lo típico y a lo que estamos acostumbrados. Tanto sea para productos físicos, servicios o mixtos.
Los objetos, como así también el servicio hacia el otro u otros no sólo tienen una materialidad, sino que también pueden ser parte de las relaciones entre las personas. Un ejemplo claro puede ser la computadora, el celular, como así también el becerro de oro que, según el relato bíblico del éxodo, el pueblo construye con sus riquezas idolatradas mientras Moisés sube al Sinaí. ¡Qué importancia tendría!, que en dicho relato la veneración del becerro simbolizaba la vuelta al sistema de explotación asiática, sistema del cual habían huido o sido expulsados según la tradición. Significaba dejar de lado el camino de liberación y la constitución de una federación sin déspota en la tierra donde se asentarían. Aunque según las teorías contemporáneas dicho proceso se trató posiblemente de dos corrientes diferentes simultáneas, una de lucha de diferentes grupos en la región contra las ciudades estado las cuales tenían como modelo el sistema de explotación asiático y otra que probablemente venía del exterior buscando establecerse y sumarse a las revueltas locales. Tenemos que tener presente el no idealizar el modelo de liberación planteado en los textos, si bien sus leyes fueron más justas que las de otros pueblos, estas no escapaban al modelo esclavista y patriarcal de producción. Es ridículo plantear que se trataría de una utopía realizada. Lo cual sabemos es imposible, y que se trata de un caminar en un sentido hacia un mundo más justo, que se regenera en sí mismo planteándose un nuevo pensamiento utópico.
Los objetos pueden tener una función mecanicista; sin embargo, pueden ser utilizados como herramienta o vehículo para hacer posible compartir experiencias comunitarias; o por qué no, para que otros le den un uso grupal o comunitario. Los objetos, sin el contexto humano, son nada. La centralidad está en la humanidad, un objeto por sí mismo no es generador de vida, pero sí interactuando con el ser humano puede serlo como así también todo lo contrario, pudiendo ser un elemento de muerte. Por ejemplo un robot diseñado y utilizado para maximizar las ganancias de unos pocos y realizar trabajos dignos y seguros que pueden ser realizados por seres humanos y por ende quitar la posibilidad a los seres humanos de hacer historia por su acción misma y capacidad transformadora, es un mecanismo de muerte. El empresariado los utiliza para limitar las opciones productivas de los trabajadores, los sectores relegados y los pequeños emprendedores que no poseen la capacidad económica para implementarlos. Por tal motivo, se agudiza la concentración de capital y recursos, quitándose las posibilidades de subsistencia a las periferias empobrecidas, por este sistema hacedor de inequidad. Lo sabemos muy bien, la tecnología no es buena ni mala, pero sus productos están culturizados y pueden estar diseñados, fomentarse su uso determinado y ser utilizados para la muerte. No siempre este concepto de muerte es visible directamente, generalmente las conveniencias de algunos (podríamos sincerarnos y usar la palabra muchos) esconden las injusticias y el ocultamiento es premeditado. Cada vez que una herramienta es creada para un sector sin tener en cuenta a quienes están en desventaja y sin opción, al utilizarla generará opresión. Parece extremo, esta aseveración, es más podría considerarse fundamentalista, pero el verdadero fundamentalismo es el que autojustifica la inmoralidad, ocultando las consecuencias y por ende a quienes las sufren. No vivimos en un mundo ideal e infinito, donde cada uno vive con sus grupos de conveniencia en forma aislada, los recursos se concentran y compiten contra las imposibilidades de otros. La única posibilidad para evitarlo, es la práctica del amor. No un amor idealista o contemplador. Más vale uno integro, del tipo al cual venimos hablando en los artículos anteriores. Un amor carnal, es decir espiritual, racional y proveedor de las necesidades físicas de todo ser humano. En vez de proclamar una regla mecanicista cerrada y para unos pocos de maximización de las ganancias, proclamar un contexto amoroso y liberador que haga fluir la equidad para todos.
El diseño y la creación son acciones que deben desarrollarse en el afecto y en la mecanización. Pueden tener ambos componentes simultáneamente. El espíritu de esta nota, no es el de filosofar, es el de simplemente hacer notar que los productos y servicios poseen en sí mismos amor o desidia. La industrialización y la producción en serie nos encerró en una única realidad, la etapa idealizada del diseño y el de la creación. En una etapa el profesional diseña y construye un modelo. Luego se produce otro proceso que es el de la industrialización y producción en serie. Donde el diseñador y el usuario pocas veces se ven las caras, o más bien no tienen una relación cara a cara, que respeta y se aproxima a otro u otros. Si bien las empresas poseen métodos estadísticos de testeo de las tecnologías y diseños a través de encuestadoras y puestas en práctica a baja escala, son muy pocas las veces que se produce una relación comunitaria amorosa entre los diferentes actores. Me refiero a una relación amorosa en el sentido de poder cultivar los sentimientos y evaluar la creación en una ronda de experiencias y compartires [1] comunitarios. Los mandatos mercantilistas, los intereses basados en la reducción de costos, la visión fundamentalista mecanicista donde lo que importan son los resultados de acuerdo a determinados índices, estadísticas y parámetros cuantificables desde los intereses de quienes conforman el poder económico, de recursos, políticos magnificados por la concentración que giran solidarios a un poder central, conspiran contra ello. La educación mecanicista o bancaria es un gran pilar para el mantenimiento de un mundo dual, donde los pulcros poderosos viven con sus reglas, culturas y exclusividades, y en el submundo viven aquellos que cada vez tienen menos opciones a realizarse como personas integras, generadoras de bienestar y autovalorización.
¿El amor? ¡Qué palabra tan incómoda! Lo ridículo de su incomodidad, me lleva a traer un relato. El cual pocas personas aceptarían como educativo. Dijimos que las tecnologías no son ni buenas ni malas. La televisión, por ejemplo, ha servido para dominar por medio de la publicidad, el abordaje sistemático de determinadas ideologías, las noticias falsas o sesgadas, etc… Pero también es y ha sido utilizada para educar con una perspectiva liberadora. Se encuentran excelentes producciones y medios que surgen en la periferia y reflejan su historia y su realidad. Podemos citar, por ejemplo, en Argentina el Canal Encuentro. También, por qué no, muchos programas y películas animadas con excelentes mensajes de humanización. Como muchos saben hace muchos años que vengo acompañando en una relación de familia ensamblada, de “familia de calle”, a las comunidades en situación de calle en mi barrio. ¡Ay dios! Qué manera un tanto lejana de la realidad, el decirlo así. Les propongo avanzar gradualmente sobre una mención más acorde, que se irá completando con el ejemplo mismo que trataré de compartirles. El proceso de aproximación a mis amigos y amigas de la familia de la calle, fue gradual. Se basó en un reconocimiento del otro como otro, base para la construcción de una relación solidaria en donde pasé a ser parte de la comunidad, como algunos han dicho: “a ser aceptado”. Comunidad, como siempre remarco, preexistente como “familia de calle”. Esta relación me llevó a escribir sobre el contexto de la misma y mi acción solidaria no dominante, no colonizadora y horizontal. Cuando me di cuenta en el tiempo, la relación generó un contexto para abordar el empoderamiento comunitario de la familia de la calle. No se puede decir que ideé un método, porque ello no es así. A su vez, esto iría contra los mismos conceptos que trato de pregonar. La única manera de quitar el dualismo al diseño, es concientizarnos de la existencia de un contexto dinámico en el cual debemos o podemos movernos creando nexos de empoderamiento sensible, colectivos o individuales. Transcurriendo ambas relaciones al mismo tiempo, revitalizando y transformarse en una dinámica de relaciones y estructuras sociales cambiantes.
Seguiremos con esta nota, en el próximo número de la revista.
Fuentes:
[1] Compartires: palabra que GPT no acepta y dice que no existe, porque no tiene la capacidad de sentirla. Así y todo la RAE, pese a representar un lenguaje centrista y hegemónico la acepta como rara.
[2] E. Dusell, “Filosofía de la liberación”,
[3] Norman K. GOTTWALD, «Las tribus de Yavé»
[4] J. Llovet, «Ideología y metodología del diseño»
[5] Isaac Amarilla “Diseñar desde la aproximación de los mundos”
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