Hoy día, en medio de una pandemia y consecuente distanciamiento social, es muy clara nuestra dependencia de los productos y servicios tecnológicos. La mayoría de ellos vinculados con una concepción de generación de ganancias, concentración de oportunidades y de recursos. El conocimiento y la ciencia son tomados como generadores de beneficios para unos pocos. No para los usuarios, sino obviamente para las compañías, inversionistas y empresarios. Sin embargo, hay que tener presente que la utilización de la tecnología no implica un uso mercantil de sus aplicaciones. La retención del conocimiento no tiene por qué superar las necesidades de quien lo genera, como tampoco convertirse, a través de las exclusividades de los sectores más beneficiados, en una herramienta de poder para sumisión de los demás.
Podemos comenzar por cuestionar el manejo inescrupuloso del conocimiento tecnológico, sin caer en los moralismos que pretenden también insertar ideas tales como que el conocimiento debería ser totalmente gratuito, con las condiciones dadas por esta realidad meritocrática. De caer en ello, la creatividad quedaría solo como una opción para quienes tienen las necesidades cubiertas o el apoyo económico de sus benefactores. Así y todo, aunque fuera gratuito, ello no conlleva a revertir la concentración de recursos y oportunidades.
Podemos tomar algún ejemplo actual que nos permita llegar a la comprensión de dicha situación. Hoy día levantamos las banderas de las arquitecturas abiertas, en especial en electrónica e informática. ¡Cualquiera puede crear o producir con base en estas! ¿Pero para qué? Para desarrollar sistemas cerrados en sí mismos. Apenas necesitamos conectarlo, interactuar, es más, hasta muchas veces, inclusive dentro de nuestras casas, se hace necesario caer en servicios que están concentrados en unos pocos. Allí está el gran negocio. El costo del desarrollo de hardware se vuelve competitivo. Los que tienen pocas opciones compiten entre ellos. Los prestadores de servicios, o los desarrolladores funcionales a estos, te dan la información gratis, para que desarrolles y compitas. Podríamos verlo, como una analogía del circo romano. Los que tienen pocas opciones son lanzados a la arena, con algunas herramientas abandonadas para que se maten a palos los que están en la arena. El emperador del circo y quienes reciben el pan del circo miran maravillados. Mientras, en la arena, brota el sentido de la libertad. Usar los recursos que fueron dejados allí. Es una libertad que baja el valor de lo producido y de una alta competencia, ¿para el bien de quién?
“La plebe, según Tertuliano, consumía la carne de leones y leopardos, y pedía las tripas de los osos, «donde se encuentra todavía mal digerida la carne humana». Ante nada retrocedían los romanos en su pasión por los espectáculos de gladiadores y nada los disuadió de acudir al Coliseo durante largo tiempo, ni siquiera el triunfo del cristianismo; el último espectáculo registrado en el gran anfiteatro fue una venatio, en el año 523.” National Geografic, nota: “El Coliseo de roma, gladiadores y luchas de fieras” de Elena Castillo.
Es necesario terminar con las exclusividades y la jerarquización. Comenzar a fomentar las soluciones colectivas y horizontales en aquellos espacios que generan ganancias basadas en el transcurso del tiempo por medio de servicios automatizados centralizados y/o monopólicos. Sin olvidar tampoco que las plataformas libres de hardware están condicionadas a la utilización de determinados insumos, en especial microcontroladores de un fabricante específico. A su vez, la voracidad del consumo y la necesidad de poseer la última versión, condicionan los tiempos de investigación y desarrollo. Cancelando las posibilidades de una mayor variedad de opciones y diversidad de proveedores.
Como podemos apreciar, la masificación del conocimiento no implica una igualdad de oportunidades. Las personas no tienen opción o, si la tienen, esta es suprimida y controlada por un marco donde todo queda regido para la conveniencia y las seguridades de unos pocos. El beneficio del pequeño productor o desarrollador se ve disminuido por la competencia controlada. Se concentran las ganancias en los proveedores exclusivos de servicios e insumos. A su vez estos proveedores fomentan la competencia entre los más débiles y pequeños productores de soluciones, realimentando injustamente el ciclo de disminución de los precios del producido por estos.
Tanto en ese coliseo que hemos traído del mundo de los emperadores, como en el paraíso de las plataformas libres, existe el mito de que alguno de los luchadores será liberado y podrá estar en las gradas disfrutando de los vientres de los osos y la carne humana.
Sería ridículo pensar que la desestructuración de ese coliseo, que se desarme mágicamente, sin generar una transformación que permita realmente la distribución equitativa y una educación liberadora que dé preferencia a quien no tiene posibilidades. Sin duda, en el caso de la tecnología electrónica e informática, el software libre y las arquitecturas abiertas plantean un acceso a los sectores que no tienen acceso a recursos económicos. Sin embargo, no evita: la concentración de grupos de interés, quien puede crear solo es aquel que necesariamente tiene las necesidades cubiertas para el desarrollo. Esto último, a su vez, produce una nueva concentración al bajar el valor de la retribución por la creación de nuevas opciones, beneficiando a unos y dando menos posibilidades a otros. Porque lo que se da, es lo que ya no tiene valor y es necesario competir con ello.
El modelo tecnológico que obviamente está contenido en el capitalismo, no solamente se sostiene por la cúpula, sino que también hay un grupo exclusivo de intereses propios en común que piensa tener garantizadas sus necesidades y privilegios otorgados por los intereses empresariales. La promesa exclusivista y de liberación por pretensión de ser parte de una cúpula, es una falacia y un autoengaño. Dicha promesa, casi del tipo religiosa conservadora, basada en el dogma de la “salvación personal”, convierte a las personas que se sienten incluidas, en feroces defensores de las conveniencias logradas y que se creen eternas. Dispuestos a generar lobbies, campañas de mercadeo, estadísticas y justificaciones sesgadas. Es decir, basadas en sus propios fundamentos pero sin un análisis sistémico e inclusivo. Esto pretende quitar la voz e invisibilizar a los sectores perdedores de esta realidad impuesta. Cuando no se ve al que sufre, cuando la sensibilidad es acallada, todo es más fácil para unos pocos. No hay cuestionamientos, problematización y los que se envían a los márgenes, o los que están en ellos, directamente no existen. Se les pone una etiqueta por la cual se justifica su situación y desaparición sistematizada.
“Las 20 personas más ricas en tecnología suman un patrimonio total de 740 mil millones de dólares, por debajo de los 758 mil millones del año pasado. En total, hay 241 millonarios tecnológicos en la lista de millonarios de Forbes 2020, en comparación con los 215 del año pasado.” iProfesional artículo “Los 20 magnates tecnológicos más millonarios del mundo”.
La tecnología pone a las máquinas y automatismos como aspectos necesarios o inevitables de la vida. Nos pone como dependientes. Las máquinas y artefactos, nos proveen la comida, la producen. Las necesidades y el consumo son inducidas por estos. Desde los ojos del ciudadano la tecnología es quien conforma este universo, lo determina, da las pautas, es proveedora y hasta se la pretende considerar la determinante de la historia futura. Se convierte en un Dios y el hombre se ve a su semejanza. El hombre se ve a sí mismo como una máquina. Al final de cuentas, así como una máquina obsoleta es descartada, ni siquiera reciclada, la sociedad actúa de la misma manera con quienes ya no son parte de sus mecanismos.
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