Desde hace años, me dedico a la enseñanza y a la práctica del diseño de productos en Argentina. Muy frecuentemente observo, que en ésta y otras jergas técnicas, se introducen nuevas palabras, en un lenguaje foráneo, nombrando así de un nuevo modo a las cosas que ya conocíamos. Un juego que disfraza “lo conocido” de novedad.
Participando de clases y charlas, tuve que pedir alguna explicación y significado de algunas palabras extranjeras que creía reconocer, pero al cabo no comprendía. Comentando esto con otras personas, descubrí que no era a mí solo a quien le ocurría, por lo que me interesé en observar esto con mayor atención.
Pude comprobar, que lo que había experimentado, sucedía también en otros escenarios y que no era exclusivo de mi profesión. Comencé entonces a sospechar que, algo acerca de nuestra identidad, estaba sucediendo.
Las palabras se usan para identificar las cosas, y cada cultura tiene sus propias formas de identificación, cuestión que también se relaciona con los modos e identidades de dichas sociedades.
Llegué a presumir que no estaríamos conformes con nuestra identidad o quizás alguien o algo estaría forzándonos a cambiarla.
Debemos reconocer que toda identidad está formada por elementos, que no necesariamente son originalmente propios. Si revisamos algunas cosas que nos identifican a los argentinos, como el fútbol, palabra hispanizada y adaptada cuyo origen es inglés (football) y que pese a esto, nadie dudaría que “los argentinos somos fútbol”, siendo inclusive un deporte de origen inglés.
O la palabra tango, de origen africano, pero que da nombre a este género que actualmente es tan nuestro y no dudamos de que es un sello nacional identitario.
Entonces, debemos reconocer que nuestra identidad no surge exclusivamente desde nosotros y debemos contemplar y adoptar la incorporación de elementos ajenos.
Ahora bien, cuando los profesionales y técnicos hacen alarde de usar nuevas palabras extranjeras en sus comunicaciones, y no logro entenderlos, tiendo a pensar en primera instancia, que no comprendo lo que dicen por qué no soy parte de algo o no pertenezco, luego me doy cuenta de que no soy el único. Observando un poco más puedo inferir que estos profesionales adoptan esas palabras para reemplazar las conocidas y jactarse de ellas, impostando un modo similar al de un enviado que anuncia una verdad en un idioma “pretendidamente esclarecedor”, “una nueva manera de hacer o pensar” o lo que pudiera también ser: “una nueva forma de vender una mercancía bajo un manto o modelo más deseable”.
¿Y por qué pretender palabras ajenas si tenemos las propias?, volviendo a tomar como ejemplo el tango: hasta hace unas décadas, este género musical, si bien era considerado como propio, era también conceptuado como marginal y poco valorado, y no fue, sino hasta que algunos artistas de tango triunfaron en el exterior, que este género fue consolidándose como parte de nuestro orgullo e identidad de país. Así fue que comenzamos reafirmar “lo nuestro”, a partir de haber sido deseado por otros.
Evidentemente, algo debe estar fallando en nuestra identidad, que a menudo sobrevaloramos las culturas ajenas al punto de idealizarlas y desearlas, y por lo visto esto sucede en múltiples escenarios culturales propios.
Este punto resulta vulnerable como sociedad, dando como resultado una subvaloración de lo propio, creando un campo propicio para una consecuente dominación, dado que el lenguaje en cierto modo, es la forma en que pensamos y al intentar pensar con lenguajes ajenos, podemos caer en la trampa de pensar bajo intenciones ajenas.
Obviamente, que cada vez incorporamos más palabras y cosas que no son propias y es natural que esto suceda, y está dado en gran parte, por el avance del intercambio técnico y cultural que la globalización otorga, siendo una característica de todo lenguaje el ser dinámico: es mutante porque la cultura es variable. Pero el riesgo sucede cuando un sistema monopólico, utiliza al lenguaje como medio de colonización y acabamos consumiendo un deseo que no es propio, una mercancía ajena que es impuesta a menudo subliminalmente, Intereses que aprovechan la vulnerabilidad y el deseo de pertenecer a otros escenarios, dado las fragilidades de nuestras propias identidades.
Es cierto que muchas veces es auspicioso adoptar conceptos y palabras que no son propias, ya que permiten la integración y evolución de las culturas, obviamente sucede y no solo en nuestro país, pero quienes educamos formal o informalmente debemos tener una alerta crítica para discriminar entre los modos del lenguaje que promueven dicha integración y evolución, y aquellas que solo pretenden una colonización o sometimiento, que nos conduce a ser cautivos de un sistema que no nos permite ser, identificarnos y reconocernos.
Cierto, muy cierto, el obligarnos hablar un idioma, por ejemplo el inglés, es producto de nuestros gobernantes, el simple hecho de obligar al pueblo a tener nuevas ideas sobre la conquista y atacar deliberadamente a la clase pensante, para someter a un pueblo a sus caprichos.
Gracias Adeluna por tu comentario, ésta imposición ocurre en grandes y pequeños escenarios y a veces con mecanismos casi invisbles. Saludos