El replicante arroja la herramienta al suelo y enfrenta con furia alincrédulo minero. Le molesta comprobar que su compañero de túnel no dacrédito a sus palabras. Las pruebas están a la vista. Cada día, el Estado sustituye sin inconvenientes a los mineros inválidos o despedazados.
– Hasta un cyborg con sus dispositivos visuales dañados sería capaz de notarlo –exclama en el mismo rostro de su compañero.
– Y lo peor de todo es que esos nuevos trabajadores parecen inmunes a la idea de una revolución – agrega un tercer replicante ubicado en otro lugar de la pared de la mina. -Cuando les hablamos de lucha, nos miran con expresión incierta. Como si no comprendieran que son máquinas de duración limitada que en dos o tres años dejarán de funcionar-.
– No sé… – responde el minero cuestionado. –Tal vez sólo sean un nuevo modelo de cyborg que a diferencia de nosotros tengan una expectativa de vida más prolongada -.
– ¿Cyborgs? ¿Vida limitada? – responde con temor un minero recién llegado cuando una tarde, en el medio de un húmedo túnel, un desesperado replicante lo amenaza con un arma improvisada. – Nosotros no somos robots ni máquinas. Sólo somos simples humanos –agrega tartamudeando y sin voluntad ni tiempo suficiente como para explicarles que la corporación ha dejado de enviar a costosos replicantes, al comprobar que los humanos de clase baja de la Tierra son más abundantes, baratos y fáciles de reemplazar.
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