En esta nota intentaré dar una mirada sobre lo que ocurre en contextos de encierro juvenil a partir de mi desempeño como tallerista en dicho lugar, reivindicar así también la importancia del trabajo humano de quienes allí se desempeñan y plantear algunos interrogantes que motiven a repensar nuevas maneras de vincularnos y mejorar los espacios más golpeados de la sociedad.
Desde el año 2012 me desempeño como bibliotecario en la Biblioteca Popular “Juglares Sin Frontera” en la ciudad de Santa Fe, capital de la provincia homónima. Desde un primer momento y por voluntad de la comisión de dicha biblioteca, sobre todo de su presidenta, me vi desempeñando tareas de animación a la lectura en encuentros esporádicos en una institución penitenciaria estatal que llamamos Pabellón Juvenil de Las Flores, llamada en los papeles “CERPJ” (esto es Centro especializado de responsabilidad penal juvenil). En el año 2015 se sugirió desde ésta institución penitenciaria armar un proyecto para recuperar un espacio radial que había sido abandonado en la cárcel de adultos, quienes comparten el mismo predio, y que dicho espacio pudiera compartirse por las dos instituciones. Así fue que presentando un proyecto en el Ministerio de Trabajo de la provincia empecé a tener algunas horas como capacitador en dicha institución en un taller que denomino hasta hoy “Comunicación en Contexto Radial”. La idea era crear un espacio que desde la recuperación de la radio de adultos permitiera que se dictara ese taller, que junto a herramientas de animación a la lectura y de comunicación permitiera, no hacer un programa radial periódico, por la complejidad que representaba, pero si grabar enlatados sobre distintas cuestiones que se fueran desarrollando en el marco del taller con los alumnos y transmitirlas de vez en cuando por antena.
Volviendo a la realidad la radio nunca se concluyó, todo quedó en una promesa, y de esta manera fue como el taller pasó a desempeñarse sin ningún equipo ni herramientas. Pasado este percance se decidió mantener las horas de taller, de las que en 2016 se hizo cargo el Ministerio de Educación de la provincia en el marco de un programa llamado “Nueva Oportunidad” que se centraba en dar capacidades laborales a jóvenes en situación de vulnerabilidad.
Hasta ahí la historia de cómo comencé a trabajar en una institución penal de menores. Ahora me gustaría contarles su manera de funcionar y cómo, ante la falta de recursos y las dificultades que atraviesan este tipo de instituciones en particular, el capital humano que allí se desempeña cumple una función valiosísima para los jóvenes privados de su libertad, que no solo queda en el marco de la función que cumple cualquier trabajador, sino que se enmarca en los valores de la empatía, la solidaridad y el compromiso.
El Cerpj es una institución para jóvenes de 16 a 18 años que delinquen, la mayoría de ellos si no todos vienen de los lugares más vulnerables de nuestra sociedad. La institución a diferencia de una cárcel de adultos tiene la particularidad en su dirección de ser de gestión mixta, es decir, una dirección conformada por el servicio penitenciario y otra dirección conformada por personal civil. Esta diferencia que podría no llamar la atención es fundamental porque permite encarar los procesos de estadía, aprendizaje, y tal vez posterior re-inserción de los jóvenes que pasan por la institución con muchas más garantías que en un régimen estrictamente penitenciario como sucede con los adultos. Como parte del personal civil hay psicologues, trabajadores sociales y acompañantes, docentes de primaria y secundaria y talleristas. Todos en un número muy reducido porque los presupuestos estatales para estos lugares (parece mentira) suelen ser escasos.
Como laburante en éstos espacios y como tallerista en mi caso se vive el día a día, las dificultades arrecian muchas veces cada vez que uno baja al pabellón, a veces no se cuenta con personal penitenciario para tener dos talleres distintos y la escuela funcionando en el mismo momento, o el alumno con el que teníamos programado dar el taller cambió de sector por problemas con sus compañeros, o se fue de comisión a su casa o a algún taller extramuro, o pasó a cumplir su condena en la cárcel de adultos por cumplir la mayoría de edad, o en el mejor de los casos salió en libertad, por lo que cada encuentro uno tiene que priorizarlo al máximo y tener la mayor cantidad de recursos que pueda preparar o inventar a disposición. Así las clases se transforman en llevar el grabador y distintas lecturas, pero también en llevar música y películas para pasar el encierro, libros para los que saben y quieren leer, lápices y fibras para los que quieran dibujar o escribir, y también y por sobre todas las cosas llevar la capacidad de escuchar, charlar, saber aconsejar y hasta mediar y buscar soluciones entre todos los adultos que trabajamos en la institución. Ser trabajador en estos contextos obligan a uno a desempeñarse como un comodín, teniendo que buscar el equilibrio entre lo que se quiere enseñar y lo que la realidad nos enseña. Sobre lo que se impone como prioridad en la vida de un docente y un pibe en contexto de encierro.
Así podría citar un montón de ejemplos donde el taller ha cambiado en pos de generar un proyecto con los pibes, se ha transformado en taller de edición de audio, corrección de textos, alfabetización, programación, de descarga de música, se ha fusionado con otros talleres para realizar y editar libros (3 o 4 si no me equivoco) revistas, fotos, videos, y un montón de cosas más para lograr que el paso de éstos jóvenes por la institución valga un poco la pena y que se sientan valorados, tenidos en cuenta, actores que pueden modificar la realidad con su toma de decisiones.
Para finalizar y a manera de reflexión hay algunas cosas para plantear, si achicamos la desigualdad y fomentamos oportunidades para los sectores más vulnerables probablemente logremos que la cantidad de jóvenes que delinquen y terminan en contextos de encierro sea mucho menor. Como dije anteriormente los pibes necesitan ser tomados en cuenta y sobre todo los de sectores en contextos difíciles, donde las relaciones sociales y con el estado están marcadas por la violencia o el abandono. Vivimos en un momento histórico en que la escucha es un bien que escasea y la falta de oportunidades abunda, quizá sea el momento de fomentar los espacios de encuentro, de intercambio y de búsqueda de soluciones colectivas donde todos emprendamos la tarea de preguntarnos qué le pasa al otro, qué soluciones podemos brindar desde el lugar que nos toca y cómo podemos hacer para que cada uno se sienta un engranaje importante del entramado social, solo de esta manera lograremos poner a la empatía como motor de cambio.
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excelente crónica y felicitaciones… eso de realzar el valor de cada uno me parece estupendo… y es cierto que hay poca escucha. Te recomiendo al respecto que le pases el corto “moebius” y reflexionen sobre ello.. saludos desde mendoza
Gracias Andrés! Voy a mirar el corto y llevarselo a los pibes! Saludos!