Todos somos hombres, a menos que se diga lo contrario: masculino genérico y presunción de masculinidad

Breve guía para el uso del lenguaje inclusivo o no binario

Guía lenguaje inclusivo

Todos y todas, incluso quienes somos legxs en materias legales, hemos escuchado alguna vez la frase que reza que todos somos inocentes a menos que se pruebe lo contrario. Intuyo, hasta a un Jack el destripador se lo habrá considerado inocente hasta probarle los delitos. A esto se le llama “presunción de inocencia”, y es un derecho que nos asiste a todxs. Usted me preguntará qué tiene que ver esto con el uso del lenguaje inclusivo o no binario. Pues bien, trataré de explicarme, porque antes de decir cómo se usa, hay que entender por qué sería necesario utilizarlo.

El Español de España, y el que hablamos por estas tierras, utiliza el llamado “masculino genérico”, esto significa que con el masculino se puede (supuestamente) nombrar de manera correcta a hombres y mujeres. Las mujeres, nos dicen, están perfectamente incluidas en este genérico que, además nos aclaran desde la academia, no es ni sexista, ni machista, ni falogocéntrico, ni androcéntrico ni patriarcal: es abarcativo y es, también, nos explican y subrayan con fibrón indeleble, lo única posibilidad correcta. Hay ríos de papers publicados por la RAE que se oponen al lenguaje inclusivo o no binario y lo califican de “deformación del idioma”, como así también lo hacen con otro recurso, el desdoblamiento, que es el que yo he utilizado al comienzo del artículo, para evitar el “todos” genérico.

No voy a entrar aquí en probanzas teóricas, que ya traté en los otros dos artículos anteriores, solo pondré algún ejemplo para aclarar el panorama y para explicar el porqué de mi título. Es verdad que el género gramatical no puede relacionarse con la culpa, como en el asunto legal con el que metaforizo, aunque si he de ser sincera, es cierto que en este mundo masculinizado, las culpas generalmente se reparten inequitativamente entre hombres y mujeres. Pero este es otro tema que no es momento ahora de dilucidar. Por ahora, expliquemos la metáfora.

Supongamos que estamos en un aula de escuela y que llega la hora del recreo, pero no funciona el timbre. En esas circunstancias, entra la secretaria al aula y le dice a la maestra: ¿Pueden los chicos salir ya al recreo? Inmediatamente, con el consentimiento de la docente, los niños y las niñas se ponen de pie y van saliendo. Ambos, chicos y chicas, se sintieron convocados por el “chicos” que profirió la secretaria. Ahora bien, ya en el patio, se acerca el profesor de Educación Física y dirigiéndose al grupo dice: “los chicos vienen conmigo que vamos a jugar al fútbol”. Desde luego, quienes se van con él no son las chicas sino los chicos. Porque a las mujeres se nos impone un doble ejercicio: saber cuándo estamos incluidas en el masculino genérico y cuándo no. Es decir, se presume masculinidad a menos que se den ciertas condiciones que la mujer deba percibir como restrictivas de esa masculinidad genérica o, por qué no, expulsivas. Culturalmente, aunque es verdad que ya está cambiando, el fútbol es atribuido al varón y no a la mujer, entonces, el esfuerzo inconsciente pero operativo existe en un plano —omnipresente, aunque velado— en la mente de las mujeres, que deben hacer ese ejercicio inmediato de autoreconocerse en la inclusión del genérico o en la exclusión.

No es lo mismo a inversa: si la profesora de Plástica se hubiera acercado al grupo y hubiera dicho “las chicas vienen conmigo que vamos a hacer origami”, ningún varón hubiera tenido que hacer el esfuerzo para reconocerse excluido de ese conjunto de personas.

Pensemos un poco más: ¿qué pasaría si en ese hipotético grupo tuviéramos alguna persona que no se reconoce ni niño ni niña? O ¿qué pasaría si en el grupo hay un niño que se percibe niña o una niña que se percibe niño? ¿Usted dice que eso no sucede? Se sorprendería. ¿En qué grupo se ubicaría esa persona? ¿Se va con el profesor de Educación Física o con la de Plástica? Tal vez con ningunx. Quizás no se sienta incluidx. Y ahí está la raíz del problema: la inclusión. Sé, de antemano, que “inclusión” es una palabra odiosa, porque hablar de “incluir” siempre pone en manos de alguien la inclusión, y esto es darles mucho poder a las personas, poder de incluir y poder de excluir, y este asunto no me parece justo desde la base. Pero con estas salvedades, y hasta que encuentre una palabra mejor, voy a utilizarla.

El recurso, quizás más sencillo, para incluir es el mencionado del desdoblamiento: no decir “hombres” como genérico, sino “hombres y mujeres”, o “alumnos y alumnas” o “chicos y chicas” o “ciudadanos y ciudadanas”. La RAE dice que es incorrecto porque atenta contra la “economía del lenguaje”, concepto que significa decir lo mejor con la menor cantidad de palabras posibles. Bueno… habría que redefinir, entonces, que es “lo mejor”. Yo creo que “lo mejor” es que todos y todas puedan ser nombrados por mi nombrar. Sin embargo, también el desdoblamiento tiene una imperfección: ¿qué sucede con las personas intersex, queer, trans o de género fluido, que no se identifican con el masculino o el femenino? Básicamente, no estarían convocadas en mi nombrar desdoblado.

En los albores del uso de las TIC comenzó a utilizarse el recurso de la “@” suplantando la “o” o la “a” en el lenguaje escrito. Aparecieron chic@s, alumn@s, ciudadan@s, etc. El recurso es muy bueno, pero tiene dos dificultades: la primera, que no todxs (ahora quizás mucho más) conocen qué es este símbolo, y la segunda, que tampoco es pronunciable. Es decir que no es fácilmente traducible a lenguaje oral. Si estamos leyendo un texto que contiene la “@”, automáticamente y de forma inconsciente, la transformaremos en “o”, es decir, volveremos al masculino genérico que tenemos incorporado.

Lo mismo ocurre con la “x” que estoy utilizando en este texto: si leemos “chicxs” y no estamos habituados al uso de la “e”, también tenderemos a decir “chicos”, cayendo en el masculino genérico al que nuestra gramática mental está acostumbrada.

No obstante lo cual, he de decir que la “x” —que está ya casi totalmente suplantando a la “@”— es un recurso muy interesante y útil en el lenguaje escrito.

Dirán que rompe las impolutas leyes de la gramática tradicional. Bueno, también las rompía la palabra “setiembre” o “sicología”: ¿quién no se horrorizó ante estas barbaries idiomáticas? Pues bien, no se pudo contra ellas (la lengua está viva, gracias a Dios, y la hacen los hablantes y no los catedráticos) y entonces hubo que adaptarse al cambio.

Desde hace unos años, sobre todo empujada por los colectivos feministas y, especialmente, por los grupos más jóvenes, comenzó a utilizarse la “e” en el habla oral, sobre todo por dos causas, creo: una más operativa, otra más conceptual. La operativa se relaciona con lo que venía diciendo: es difícil traducir a lenguaje oral la “@” o la “x”, entonces, para no caer en el desdoblamiento (que tiene algo de excluyente, como dijimos) o en el masculino genérico, se suplantó la “o” o la “a” por una “e” neutral. Me dirán los catedráticos que eso es a-gramatical. Bueno, claro, lo es para una gramática patriarcal y machista como la que tenemos… Y, por favor, ¡ya no escriban más papers intentando decir que la lengua es inocua y que no es sexista! Este punto ya lo discutimos en otros artículos, pero, por si hubiera un lectxr nuevx, lo repito: la lengua se construye culturalmente y repite patrones culturales, y no hace falta decir que vivimos, nacemos y nos desarrollamos en sociedades altamente patriarcales, sexistas, machistas e incluso misóginas.

Volvamos a la “e”.

¿Es difícil utilizarla? Debo reconocer que sí, sobre todo para aquellxs que ya estamos muy trabajados por la gramática tradicional y que la tenemos tan internalizada en nuestra cabeza que solemos hacer verdaderas ensaladas de “e”, “o”, “a”. Pero las nuevas generaciones están demostrando una ductilidad a la hora de su utilización que es esperanzadora.

Desde los sectores más reaccionarios se ha venido sosteniendo una ridiculización del uso de la “e”, emitiendo mensajes irónicos del tipo: “le mer estebe serene, serene estebe le mer”. O diciendo que lo verdaderamente inclusivo es manejar el lenguaje de señas (por ejemplo). Son dos falacias: la primera, porque la “e” no suplanta todas las vocales de las palabras ni todas las palabras deben ser transformadas para convertirse en lenguaje inclusivo o no binario, la segunda, porque una cosa no quita la otra: incluir en la conversación a personas no oyentes, mediante la lengua de señas, es un asunto muy loable y noble. Ojalá se enseñara en todas las escuelas. Pero eso no obsta a que también debamos incluir a otros grupos, a otros colectivos, de personas que están ausentes o invisibilizadas por el lenguaje actual, por la Academia detrás de ese lenguaje, por la cultura y la sociedad detrás de esa Academia, por las estructuras y matrices patriarcales detrás, debajo, arriba y rodeando esa cultura y esa sociedad, constituyéndola ladrillo a ladrillo.

El porqué debería usarse lenguaje inclusivo o no binario espero que ya esté explicado. En dos palabras: porque el masculino genérico no es genérico, porque las mujeres no estamos nombradas, pero tampoco están nombradxs aquellxs que no se incluyen en el par binario hombre/mujer.

Vamos al cómo y al dónde:

Se puede utilizar en el lenguaje escrito y en el lenguaje oral: tanto el desdoblamiento (con sus restricciones ya mencionadas), como la “@” y la “x” para el lenguaje escrito, y como la pujante “e” que viene ganando espacio sobre todo entre lxs más jóvenes, tanto en el lenguaje escrito como en el oral.

Lección uno, importantísima: la “e” solo se aplica a personas, no a cosas, nunca a cosas, y tampoco a nombres propios (no diremos “Roberte”, por ejemplo: será “Roberto” o “Roberta”, según la persona se llame… A menos, claro —siempre hay una excepción— que esa persona haya cambiado su nombre en el documento por “Roberte”, o exprese libremente, que quiere ser nombrada así. ¿Tiene derecho? Claro, y de eso se trata). Esa suerte de ridiculización que se hace desde sectores conservadores, de la que hablábamos más arriba, no es válida. Es cierto que hay grupos feministas más radicalizados que utilizan el cambio de vocales para cosas, por ejemplo, dicen “la cuerpa”, para hablar de la “parte material” de una mujer (si se me permite este circunloquio no exento de aristas filosóficas complicadas que no vamos a tratar aquí, y que utilizo ex profeso para no decir “el cuerpo”). No estoy en contra de este uso ¿cómo podría estarlo?, pero no es el punto que quiero discutir aquí mismo. Para saldarlo positivamente diré que toda intervención que se haga en el lenguaje es válida, y que el tiempo dirá si aquello que se verifica en el habla (en el uso), se conforma luego como una práctica tan extendida para nombrar una realidad, que al fin se vuelve habitual y, como todo mecanismo de conformación de diccionarios, luego pasa a la lengua, es decir, es “aceptada” por la comunidad de hablantes.

Decía que la “e” se aplica a personas, y esto es importante remarcarlo. Porque son las personas las que están invisibilizadas, no nombradas, no traídas a la existencia, y subalternizadas, oprimidas, o discriminadas en razón de su sexo biológico, su género, su orientación sexual, o su identidad autopercibida.

¿Y en qué palabras debería aplicarse? Veamos:

  • Artículos determinados que acompañan a un sustantivo: “les niñes”, “les ciudadanes”, “les pacientes”.
  • Artículos indeterminados que acompañan a un sustantivo: “une niñe”.
  • Sustantivos que tengan como marcación de género la “a” o la “o”: ciudadanos (ciudadanes), chicas (chiques), enfermeros (enfermeres).
  • Los sustantivos que ya contienen una “e” (como “estudiantes”) no necesitarán ser modificados, aunque sí los artículos o pronombres que los acompañen (les estudiantes).
  • Los adjetivos que modifican sintácticamente a los sustantivos (de persona, claro), también deberían acompañar el cambio: “les alumnes destacades”.
  • Tanto artículos como sustantivos y adjetivos deberían cambiar por la “e” cuando sean utilizados en plural, queriendo abarcar a masculinos y femeninos, o cuando se ignora si lxs receptores del mensaje no se ubican en alguno de los pares binarios.
  • Si me dirijo a un auditorio completamente femenino, podría utilizar el femenino únicamente o si el auditorio es completamente masculino, podría utilizar el masculino simplemente. Pero, sin embargo, en esta práctica seré solamente “un poco inclusiva”, porque podría ser el caso de tener entre ese auditorio biológicamente femenino o biológicamente masculino, personas trans, queer, intersex, o de género fluido, que no se reconocen en el sexo que la genitalidad les marca o que su apariencia externa indica. Entonces, aquí también se impondría una “e” en sentido neutral.
  • Palabras que se desdoblan naturalmente, por ejemplo, “doctor” “doctora”: si debemos hablar en plural, podríamos modificar solamente el artículo “les”, puesto que “doctores” en plural, ya contiene la “e”. Si por ejemplo el desdoblamiento genérico es más drástico, como es el caso de “actor” / “actriz”, “príncipe” / “princesa” y nos dirigimos a un auditorio del que ignoramos su autopercepción, podríamos tomar varias conductas:
    • Decir “les actores” (como en el ejemplo anterior) y “les príncipes”.
    • O tomar una vía más audaz y nombrar a a todxs en femenino, devolviendo en espejo la presunción de que el lenguaje es no sexista, y, por lo tanto, llamar “actriz” a un hombre o “princesa” a un príncipe no incluye una marcación genérica discriminatoria… Pero creo que esta opción va a ser incluso más resistida que la inocente “e”.
  • Pronombres personales: cuando yo iba a la escuela, los verbos se conjugaban así: yo amo, tú amas, él ama, nosotros amamos, vosotros amáis, ellos aman. Sí. Fue en el siglo pasado, debo confesarlo. Para todos no es una novedad que no hablábamos de “vosotros” en el siglo XX en Argentina, ni tan siquiera de “tú”, y, sin embargo, así debíamos conjugar los verbos. No fue hasta bien entrados los ‘2000 o en algunos casos a finales de la década del 90, que el voseo que ya era habitual desde hacía siglos en el habla rioplatense pasó a los manuales. Pues bien, hay otro detalle en los pronombres personales que tuvo que cambiar en la conjugación: la tercera persona era “él” y “ellos” (masculino genérico) y la primera persona del plural “nosotros” (masculino genérico). ¿Por qué estoy diciendo esto? Bueno, porque sería hora de que, así como fuimos flexibles y creativos para incorporar el “vos” y el “ustedes”, el “ella/s” y el “nosotras” en la conjugación, ahora tengamos la misma ductilidad para ampliar el espectro de pronombres con “elles” o “nosotres”, otra vez lo digo, deberíamos hacerlo por todxs aquellxs que no se inscriben dentro del binarismo masculino/femenino.
  • ¿Cuándo no es necesario utilizar el lenguaje inclusivo o no binario? Cuando tenemos la certeza de que nuestrx/s interlocutores son cisgénero (hombres que se perciben hombres o mujeres que se perciben mujeres —pero no un auditorio mixto—) utilizar la “e” es un exceso, acaso una ultracorrección innecesaria. Tres varones cis comiéndose un asado no necesitan exclamar: “Compañeres, a comer”. Casi resultaría una burla. Si no es necesario, si no hay nadie a quien incluir, no se usa.

¿Es obligatorio hablar así? No, claro. El habla no se maneja con obligaciones ni con imposiciones. Es más, preguntar cómo prefiere ser nombrada la persona a la que se dirige nuestro discurso es una herramienta de respeto lingüístico que haríamos bien en empezar a utilizar. Es privilegiar la escucha sobre el habla, es el reconocimiento del otrx, en tanto otrx y en tanto par. Un principio de convivencia que sería muy saludable recuperar: corrernos del foco y abrirnos a la emergencia de la otredad.

¿Está prohibido hablar así? No, tampoco, el habla, como el agua, siempre se las rebusca para encontrar por dónde fluir, por más canales, entubamientos, diques y contenciones que se pretenda ponerle.

¿Este fenómeno del lenguaje inclusivo o no binario terminará imponiéndose? No lo sabemos, solo el tiempo dirá si el cambio llegó para quedarse y si tiene la suficiente fuerza para aportar justicia lingüística a todas las personas invisibilizadas, no nombradas, o directamente violentadas por el lenguaje tal como ahora existe.

Luchar contra estructuras patriarcales, machistas, misóginas, falocéntricas, masculinistas, androcéntricas e incluso heteronormadas no es y no será una tarea sencilla, pero el lenguaje, ese instrumento por excelencia de socialización, es un lugar excelente para comenzar la lucha.

Acerca de Eliana Valzura 6 Artículos
Lic. en Letras (UBA), Lic. en Filosofía (UNTREF), Mg. Teología (FIET/SATS). Editora y correctora literaria Directora de Ediciones Diapasón Docente y escritora.

2 Commentarios

  1. La lengua se construye desde la cultura y forma parte de ella, sin duda. ¿Pero, esa relación es biunívoca?
    Es decir, ¿podrá ser que modificando la lengua se cambien patrones culturales?

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