
Introducción
Los techos vivos juegan un papel crucial en la bioconstrucción, alineándose con los principios de diseño ecológico, mejorando la eficiencia energética y promoviendo la armonía con el entorno natural. Sin embargo, en ocasiones pueden representar un desafío: las plantas no prosperan, no aíslan adecuadamente la temperatura y la humedad, o no resultan tan sostenibles como podrían parecer.
Como paisajista, colaboro con Coirón Bioconstrucciones en el diseño de techos vivos para sus proyectos en Villa de Merlo, San Luis y alrededores, buscando conjuntamente superar estas dificultades. También asesoramos a familias o individuos en esta y otras áreas de la bioconstrucción, puesto que además de su carácter ecológico, la bioconstrucción muchas veces también responde a una necesidad económica.
En este artículo, compartiré algunos principios básicos de los techos vivos y mi experiencia en cómo incorporarlos en proyectos bioconstructivos para que sean realmente ecológicos, eficientes y sostenibles, tanto para el medio ambiente como para quienes habitan la vivienda.
Detalles constructivos
Para asegurar que un techo vivo cumpla su función, además de una estructura que soporte su peso, los aislantes correspondientes y una capa hidrófuga que lo resguarde, es esencial que, efectivamente, esté vivo. Para que esto suceda, una analogía útil es pensar en el techo como una gran maceta. ¿Qué necesitan las plantas de esa maceta para prosperar? Un buen sustrato, excelente drenaje con una capita de piedras para evitar obstrucciones, y un riego adecuado, dependiendo del clima local y las especies plantadas.
La estructura debe diseñarse considerando el peso del sustrato saturado de agua. Para la impermeabilización, se pueden usar geomembranas de 500 micrones o membranas hidrófugas líquidas. Esto no es solo para evitar el paso de agua, sino también de raíces. Las plantas perforan y se hacen lugar hasta en el asfalto, pero es muy difícil que lo hagan donde no pasa el agua ni la humedad.
A continuación, se instala la capa antirraíz (geotextil de 150 g/m²), que puede colocarse entre la capa drenante y el sustrato, o en ambos sitios. Esta capa contiene el sustrato y permite el paso del agua, además de “frenar” un poco las raíces y fijarlas en ella (quedan “enredadas” en la tela).
Luego tenemos la capa drenante, que como en la maceta, permite el paso de agua libremente a los desagües. Estos últimos deben ser proporcionales al techo; por ejemplo, se recomienda un desagüe de 20 cm de diámetro cada 70 m², o uno de 15 cm cada 30 m². Para esta capa se suele colocar 1cm aproximadamente de piedra partida, leca, canto rodado o arena. Existen otras opciones en el mercado que cumplen la misma función, pero son más livianas y ocupan menos volumen, como McDrain.
Sustrato, vegetación y sostenibilidad
Arriba de la capa drenante, como vimos, se puede colocar una segunda capa geotextil, seguida del sustrato. La tierra convencional no suele ser una buena opción debido a que tiende a compactarse. Lo ideal es armar una mezcla permeable, con un balance entre materia orgánica (turba, pinocha, compost, mantillo, chips) e inorgánica (arena, vermiculita, perlita). Si el techo tiene una pendiente superior a 20°, se deben considerar elementos de contención para evitar deslizamientos; por ejemplo, travesaños interrumpidos cada cierta distancia, con orificios para permitir el paso de agua.
Es importante señalar que en la zona de desagües, salidas de salamandra, o puntos del techo con encuentros complicados, se recomienda no colocar sustrato. En su lugar, se puede separar el sustrato mediante un fleje y colocar piedra partida u otro material removible. Es común que si el techo presenta alguna filtración, sea en este tipo de uniones, por lo que es importante garantizar un fácil acceso. También se puede usar este método para armar caminos y espacios de estar.
Finalmente, tenemos la vegetación. Para techos vivos con sustratos menores a 15 cm de altura, la variedad de plantas que podremos utilizar se limita a césped, cubresuelos, suculentas y herbáceas bajas. En este punto, es recomendable plantar de forma conjunta para que las plantas prosperen y estabilicen el sustrato, evitando la erosión. Antes de plantar, es crucial evaluar el riego, considerando las lluvias locales y la profundidad del sustrato. Hay muchas herramientas tecnológicas que nos pueden ayudar, como sensores de humedad, que permiten saber cuánto y cuándo regar, y programadores, que automatizan el proceso.
Por último, me gustaría abordar el tema de la sostenibilidad. A veces lo más sostenible es no hacer un techo vivo. Si se vive en zonas con escasez hídrica o periodos de sequía, no será la opción más ecológica. De igual manera, si no se cuenta con los recursos para adquirir los materiales necesarios y de la calidad adecuada, puede presentar problemas edilicios en el tiempo, y no cumplir con su función protectora para quienes habiten el lugar.
Los techos vivos no son simplemente una moda u opción estética; son una declaración de principios en el marco de la bioconstrucción. Encarnan el esfuerzo por regresar a métodos constructivos que respeten y se integren con el ciclo natural, aportando beneficios tangibles tanto a la edificación como al entorno. Sin embargo, como hemos visto, no están exentos de desafíos. Su éxito depende de una implementación consciente, que considere las particularidades de cada contexto y las necesidades específicas del ecosistema local.
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