A lo largo del relato de los libros de la biblia, el león ha simbolizado a diferentes personas e inclusive a la ciudad de Jerusalén. Y en el cristianismo al mismo Jesús como un Rey triunfante. En esta última analogía, si bien él mismo era descendiente de David el ideario lo representa como un Rey dado que esta era la forma predominante de gobierno de su época.
El pueblo hebreo surge de las revueltas de sectores contra las ciudades estado. Estas ciudades se caracterizaban por su estructura política, social y religiosa del modelo dominante de la época: “el modelo de explotación asiática”, donde el déspota tenía el nivel de deidad o era validado por una deidad que mantenía la estructura de poder y de explotación. Este sistema obligaba a los ciudadanos a trabajar una cantidad de horas diarias para el déspota y dar parte de la producción a este.
El proceso de lucha contra los déspotas se organiza por medio de clanes, formando una confederación. En este contexto se construye una concepción de Dios. Un Dios que está entre el pueblo. No se trata de un Dios que está aislado de este, en lo alto, lo inalcanzable, con potestades de juez para mantener el pacto entre los clanes, sino que se trata de un Dios que se involucra como parte del pueblo. No es un déspota, que manda, oprime o protege para mantener el pacto. Si no que este se desarrolla en una historia de liberación y proceso político. “Por ello no se le pueden hacer estatuas” Rubén Dri, La Utopía de Jesús [1].
Se podría imaginar o descontextualizar este proceso y pensar que el pueblo buscó una libertad y pacto sin compromiso social. Sin embargo, el Dios de la liberación acompaña un proceso donde se distribuye según necesidad (Éxodo 16), sin buscar la acumulación, donde los desprotegidos del sistema patriarcal de la época tenían y los esclavos estaban protegidos por límites legales y responsabilidad social para su mantenimiento ante el desamparo. Como así también muchas otras leyes de justicia social porque es un pueblo que la busca y con un Dios que les acompaña.
Se trata de una confederación sin ejército profesional, ni estructuras de poder estatal de un déspota. Si no de referentes, caudillos llamados Jueces, que intervenían en situaciones militares dada la necesidad. Para los Israelitas aceptar un rey humano era rechazar a su Dios, y convertirse en esclavos como los Egipcios o los Cananeos.
Todo esto cambia, como expresan muy bien los textos, al establecer una monarquía.
“10 Y refirió Samuel todas las palabras de Jehová al pueblo que le había pedido rey. 11 Dijo, pues: Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; 12 y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. 13 Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. 14 Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. 15 Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. 16 Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. 17 Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. 18 Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día.“ Libro 1ero de Samuel, Antiguo Testamento.
El primero de los reyes fue Samuel, le siguió David y a este su hijo Salomón. El teólogo Jorge Pixley nos resume muy bien el reinado de David:
“Nuestros textos dejan ver que hubo amplios sectores, y no solamente en la tribu de Judá, que recibieron con beneplácito el establecimiento de la monarquía por la protección que prometía el poderoso ejército de David frente a las incursiones filisteas. Y sobre esta base David montó un clásico despotismo oriental que vivía de la exacción de tributos de las aldeas campesinas. Tuvo la ventaja comparado con las anteriores ciudades-estados de Canaán de que su base tributaria era muchísimo más amplia que cualquiera de ellas, extendiéndose a todas las tribus de Israel y aún a reinos enteros que fueron sometidos a un régimen de tributos (Amón, Moab, Edom).” Jorge Pixley, “Reino de Dios”.
No entraré en describir, lo que Jorge Pixley describe muy bien:
“Salomón dominaba todos los reinos, desde el Río [Éufrates] hasta el país de los filisteos y hasta la frontera de Egipto. Pagaban tributo y servían a Salomón todos los días de su vida. Los víveres de Salomón eran treinta cargas de harina fina y sesenta cargas de harina corriente cada día, diez bueyes cebados y veinte bueyes de pasto, cien cabezas de ganado menor, aparte los ciervos y gacelas, gamos y las aves cebadas. . . . Tenía Salomón cuatro mil establos de caballos para sus carros y doce mil caballos. Los gobernadores [de las doce provincias de Israel] proveían un mes cada uno al rey Salomón y a todos los que se acercaban a la mesa de Salomón de modo que no les faltara. Llevaban la cebada y la paja para los caballos y los animales de tiro al lugar donde él estaba, cada uno según su turno (1 R 5:1-3, 6-8).
La cuantía de esta explotación de las aldeas productivas, tanto la extracción directa de las aldeas israelitas como la indirecta de las aldeas de los reinos subordinados, era tal que la dinastía davídica pudo en su segunda generación erigir en Jerusalén monumentos de tal lujo que eran la admiración de la región. La máxima de estas edificaciones fue el Templo de Yavé levantado sobre un monte en la misma ciudad. Para él se trajeron cedros desde el Líbano, bronce de las minas de Ezion-Guéber, y oro de lugares aún más distantes, sin contar las piedras de cantera de los mismos montes de Judá (1 R 6). Para el trabajo Salomón contrató obreros asalariados israelitas y extranjeros e impuso trabajo forzado sobre las mismas tribus de Israel:
-
Hizo el rey Salomón una leva en todo Israel; la leva fue de treinta mil hombres. Los envió al Líbano, diez mil cada mes, por turnos; un mes estaban en el Líbano y dos meses en sus casas. Adoram estaba al frente de la leva. Tenía además Salomón setenta mil porteadores y ochenta mil canteros en el monte (1 R 5:27-29).
-
Además de la construcción del Templo hubo otras obras de construcción en Jerusalén para dar un ambiente apropiado de lujo a la nueva corte israelita (1 R 7).
-
Es natural que el Pueblo de Yavé, los aldeanos que se habían levantado contra sus señores para establecer el Reino de Yavé, no aceptaran pasivamente la imposición de este despotismo oriental.”
La monarquía Davídica se convierte en un estado despótico como los demás reinos cananeos. El pacto del Dios de la liberación y justicia es redefinido en la centralización de un poder opresor e imperial. ¿Es eso lo que ofrecen los gobernantes actuales que se ven a sí mismos como leones? Pues si, se visten de corderos de justicia y buscan oprimir al pueblo, explotarles, apoyar a sus amigos poderosos (los empresarios), hacer la vida del humilde, de quien no tiene poder, ni medios, más dura; rindiendo parte de su vida a los déspotas que explotan al trabajador, los pequeños comerciantes, marginan a quien no necesitan y recaudan impuestos con la usura de sus servicios y productos, a costos desmedidos. El Dios Mercado los unge.[3]
Quienes buscamos otro mundo posible, seguimos a un gobernante que, luego de dar esperanza y sanación a la periferia, va hacia el poder centralizado montado en burro (como los antiguos caudillos de la federación israelita) para increparla y hacer evidente su opresión e injusticia. Para destruir el armamento y ejército profesional de opresión y muerte (Expresión tomada de Rubén Dri, “La Utopía de Jesús”).
Dejo esta cita, para culminar seguida de un silencio para reflexión de la política regional actual.
“Nuevamente Yavé pacta con su pueblo, no con el rey ni con el sacerdote. Como en la antigua confederación, como en Siquem. Es posible ver esta tendencia democratizadora en la figura del “siervo” que suplanta al rey davídico. El mesías no es interpretado ahora según la tradición monárquica, sino según la tradición profética, confederada. El mesías no ha de venir como rey, como dominador, sino como siervo, como compañero. En la última etapa del profetismo, en el siglo iv, Zacarías retoma la línea profética, la de la confederación de tribus: “¡Exulta, sin mesura, hija de Sión, lanza gritos de gozo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en una asna, en un pollino, cría de asna. Él suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate y él proclamará la paz a las naciones” (Zac. 9: 9-10). Texto cargado de simbolismos. El rey viene montado en un asno al igual que las milicias de la confederación que iban al combate en esa cabalgadura, como nos lo recuerda el cántico de Débora (jue. 5: 10). El rey viene, pues a restablecer la confederación. Sus enemigos, es decir, los ejércitos monárquicos, van montados en corceles y carros de guerra. El rey destruirá estos armamentos que significan opresión, destrucción y muerte.” Rubén Dri, “Profecía y liberación” [4]
Fuentes:
[1] R. Dri, “La Utopía de Jesús”
[2] J. Pixley, “Reino de Dios”
[3] G. Reimondo, “El Dios Mercado y El Señor Tecnología”, Revista TECNOLOGIA HUMANIZADA núm. 5 del 2019
[4] Rubén Dri, “Profecía y liberación”
Recomendamos también la lectura de Reyes 20: 12-16
Sé el primero en comentar