Recuerdo que el año pasado, presentando bibliografía en una plataforma orientada a profesionales, una profesional de una ONG vinculada con el fomento de la tecnología en Latinoamérica escribió: “¡No me interesan sus historias!”, en respuesta a una serie de artículos de concientización sobre el uso responsable de la tecnología en sus aspectos sociales. La mayoría de los artículos publicados en nuestra editorial están basados en la praxis social con grupos marginados o indigentes o pobres. La solidaridad analizada desde un contexto de comunidad de base nos liga fuertemente con la realidad de aquellos amigos que no tienen opción. La falta de opciones está vinculada con diferentes factores, como por ejemplo, entre los muchos que se podrían citar:
– Ser una persona sin documentos de identidad (N.N.)
– No poseer un lugar donde vivir dignamente, ni ingresos para acceder a la misma o solo por períodos.
– Falta de organización personal debido a diferentes factores psicológicos devenidos de una vida de carencias permanentes.
– No haber tenido posibilidad de acceso de una educación sistemática.
– La vida en marginación y lucha permanente por la supervivencia conlleva una alienación.
– El hecho de pertenecer a un grupo social en desventaja o discriminado.
– Falta de contención familiar o comunitaria o expulsión de las mismas debido a creencias conservadoras o inflexibles de estas.
– Las adicciones como consecuencia de no poder acceder a una salud mental que se aproxime al necesitado.
– Baja autoestima debido a la desvalorización de la persona ante la carencia de una sociedad solidaria responsable y que desarrolle la asistencia, contención y empoderamiento desde la periferia.
– Alimentación no adecuada, discontinua y carente de lo necesario para la concentración, memoria, análisis de los procesos, vivencias y conocimiento.
– Practicas inadecuadas de asistencia y solidaridad, que si bien pueden ser bien intencionadas, aumentan la dependencia y la autoestima.
– La convicción social de que nada puede ser cambiado, y quien es pobre debe resignarse a permanecer en dicha situación mientras otros sí pueden acceder al progreso.
– Todos los aspectos sociales estructurales que trabajan enalteciendo y dando oportunidad a unos pocos y generando desigualdad para otros.
– Podría citar más…
La actitud de la persona, que veníamos describiendo al principio del artículo, es una postura muy común. Las personas que niegan las consecuencias sociales, evidentemente no están preparadas para afrontar la realidad, dado que el hacerlo exige pasar por una etapa dolorosa, y del desprendimiento o aceptación de determinados beneficios personales. El concientizarse de ello es un golpe profundo y una sensación de pérdida de la seguridad. Para evitarlo, buscan fundamentaciones con la necesidad de sobreproteger su ideología, la cual le otorga a la persona equilibrio sentimental y económico; y la posibilidad de sostenerla por medio de una espiritualidad sesgada y, a su vez, defensora de una realidad injusta. Se busca conservar a la persona en una pasividad conveniente, ausente de crítica y con un beneficio exclusivamente individual o de su grupo de intereses. Pensamientos que se elevan, exteriorizándolos como si fueran una objeción de consciencia, y en realidad, así solo lograr enaltecer la falta de responsabilidad moral para con el prójimo en desventaja. Podríamos decir que se trate de una conciencia basada en el obedecer al MERCADO antes que a los hombres. De todas maneras, me pregunto: ¿Qué contrato de justicia social se puede mantener si cada individuo solo brega por su interés sin reconocimiento de los derechos y necesidades del otro? ¿Qué posibilidad hay de caminar hacia una sociedad justa?
Vivir en la marginación y la pobreza te hace pertenecer a un mundo dentro de una ciudad o poblado. Se convierte en un estilo de vida regulado por las carencias, la pasividad, el creer que poco se puede hacer para cambiar la situación. Es pertenecer a un sector social que lo único que le queda para sobrevivir es agradar para recibir lo que los que tienen pueden darles. Pero principalmente, es vivir en el vértigo, al filo de las carencias de todo tipo, falta de libertad y subsistencia. La agresión de la sociedad al ausentarse de sus responsabilidades con los más desprotegidos genera violencia, y dicha violencia también se replica entre aquellos y aquellas que pertenecen a ese mundo de los sufridos. Los que no encuentran paz ni dignidad. Así como existen los actos de humanidad, como el de compartir lo poco que se tiene en la necesidad, también existe la dominación y violencia entre pares. En muchos casos, el poder acceder a una comida, cuando esta no es provista por los sistemas estatales o de las organizaciones, depende de la buena voluntad de algunos vecinos como así también de negocios que al terminar su jornada a altas horas de la noche dan lo que les sobra. A los que se debe agradar para poder recibir más. Calladito y sin quejarse.
La vida en este mundo, como así también en el de la pobreza, se convierte en desesperación, resignación y principalmente, en algún grado de demencia, donde las enfermedades psicológicas abundan, consecuencia de todo lo ya descrito anteriormente. Si bien, en mi caso mi compañía a los amigos y amigas de la familia de la calle no consiste en etiquetar a quienes tienen un problema mental determinado sino en trabajar juntos en la resolución y empoderamiento basado en sus necesidades y perspectivas a futuro para una vida digna, es imposible negar que la calle y la indigencia van acompañadas de problemas psiquiátricos y psicológicos. Este pequeño abordaje que hago sobre esta realidad está basado en mi experiencia en el acompañamiento a la familia de la calle el cual comencé trece años atrás.
Leamos la siguiente reflexión de Martín Baró, quien describe muy bien la problemática.
“La cultura de la pobreza es algo más que la pobreza; es un estilo de vida que florece en un determinado contexto social. De hecho, «la cultura de la pobreza constituye tanto una adaptación como una reacción de los pobres hacia su posición marginal en una sociedad estratificada en clases, muy individualista y capitalista. Representa un esfuerzo para manejar los sentimientos de impotencia y desesperación que se desarrollan ante la comprobación de que es improbable tener éxito siguiendo los valores y fines de la sociedad más amplia». Por consiguiente, el fatalismo sería una forma adaptativa: plegarse a las fuerzas dominantes, dejarse llevar hacia donde imponen los poderes establecidos constituiría la única forma de supervivencia asequible a la gran mayoría de personas de los sectores marginados de las sociedades latinoamericanas. La inevitabilidad histórica se hace más aceptable cuando se percibe como destino natural; la necesidad se convierte en virtud, y hasta se le saca dulzura al fatídico limón de la vida. Aunque la cultura de la pobreza surge como un mecanismo adaptativo frente a las condiciones de marginación, una vez establecida se ría más difícil de eliminar que la misma pobreza y tendería a perpetuarse a través de líneas familiares. De esta forma, el fatalismo se convertiría en una especie de profecía realizadora de lo que anuncia (self fulfilling prophecy), ya que llevaría al individuo a no hacer esfuerzos para salir de su pobreza.”
Por otro lado, siendo uno acompañante y conviviente de la comunidad de base, la deshumanización de dicho mundo se puede llegar a naturalizar. En dicha situación es necesario no perder el análisis crítico hacia la comunidad que uno acompaña, y hacia el resto de la sociedad y su estructuración. Como lo he expresado muchas veces: la relación fraterna y amorosa de la comunidad de base, sin olvidar tampoco las pujas internas y la opresión entre pares, y sin caer en la romantización, nos obliga a transformarnos a nosotros mismos al ver como las estructuras sociales conspiran contra el acceso a una vida digna por parte de los sectores marginados. Posicionándonos en una postura crítica activa para con aquellas construcciones ideológicas y/o fundamentalistas que buscan esconder la violencia estructural y cotidiana contra las minorías marginadas, indigentes y las sumergidas en la pobreza. Nótese que utilizo la palabra minoría no en un aspecto cuantitativo sino en cuanto a su capacidad de tener un peso o capacidad de manifestarse en la sociedad y a su vez de tener acceso a una vida digna. Por lo tanto, para dichas minorías se ve coartada su libertad y dignidad como consecuencia de estar oprimidas por los sectores dominantes. Por eso es necesario abordar una opción preferencial por los marginados y pobres cuando nos desarrollamos en los diferentes aspectos de nuestras vidas. Para dar un espacio, para ceder en nuestras ambiciones, en nuestro poder y también en nuestro consumo. Ponernos a su par y con ellos y desde ellos forjar una nueva realidad.
Una persona criada en una familia sin carencias o con la posibilidad de acceder a la educación y alimentación convenientes, sin tampoco obviar que existen situaciones que nos atraviesan a todo nivel social, está en la capacidad de tener una movilidad dentro de una demanda laboral. Hoy día, por ejemplo, para aquellos que han podido capacitarse en los saberes tecnológicos, es bastante común que puedan gozar de una dinámica de búsqueda y cambio de posiciones laborales. Logrando así, generalmente, un mayor beneficio sin dudar en una poco posible falta de estabilidad. Quienes pueden acceder a dichas posibilidades han recibido lo necesario para permitirles posicionarse en tal beneficiosa situación laboral y social. Es común que una determinada normalidad personal se proyecte o se considere universal. Es decir que, por diferentes motivos, las personas tiendan a defender o validar como normal su realidad. Sin embargo, en el mundo marginal, la realidad es la del desempleo, la changa y el subempleo. También se encuentra la opción engañosa de caer en el auto emprendimiento que, en realidad, es una relación encubierta de trabajo precario. La venta ambulante, como así también la oferta de determinados servicios puntuales en forma sistematizada, puede colaborar para poder organizar el sustento de las necesidades diarias. Sin embargo, por su precarización en cuanto a no tener un lugar físico propio, ni poder de negociación con los proveedores, o tampoco poder contar con un sistema de salud o contención psicológica, ponen en un estado de vulnerabilidad la continuidad de estas actividades. Más aún si la persona no forma parte de un colectivo que permita trabajar conjuntamente sobre estos flagelos.
Sin duda que los análisis que hago no pretenden considerar como una verdad absoluta en este momento de la relación trabajo-sociedad. Como sabemos, la modernización y el afán de aumentar las ganancias de los empresarios han impulsado una carrera vertiginosa de la automatización y la robotización, que se realimenta y potencia en tiempos que antes eran impensable. Todo esto acompañado por una supuesta ingenuidad en la esperanza de una humanidad liberada a través de los avances tecnológicos y dicha utopía estaría a la vuelta de la esquina. La falta de oportunidades, la colonización fagocitadora de recursos y de oportunidades en la periferia, de la mano del uso descontrolado y exclusivista de la tecnología, genera cada vez mas marginación y por lo tanto muerte. ¡Total, a los márgenes los doblamos, los escondemos como pliegues de papel! y quienes desbordan de posibilidades y quienes le pueden acompañar por su subsistencia ni le dan dignidad mínima para ser contabilizados o tenerse en cuenta en sus planes y estadísticas. Son los nadie, cada vez más numerosos y cada vez más lejanos de poder engancharse al tren, aunque sea como vagón de cola o como una zorra de vía tracción a sangre que intenta al menos ir en la dirección. La automación utilizada en forma deshumanizada produce un ciclo que tiende a una proyección de eliminación del trabajo, más allá de las progresiones matemáticas, una persona marginal o pobre, inmersa en su mundo alienado no le es fácil, ni natural, reinventarse para acceder a nuevas formas de trabajo. Un puesto de trabajo perdido, un servicio cercenado, equivale a una persona o una familia que no come. Y que cada vez, la realidad le tortura y sumerge en un submundo donde la única opción es la dependencia indigna de vivir de lo que a los demás le sobra o haciendo su entorno más inhumano replicando la violencia estructural. Lo que es inadmisible es que algunas personas, inclusive beneficiarías de la educación pública, lleguen a decir livianamente que si a un servicio dado desde la marginalidad el cliente o el patrón lo automatiza, simplemente el prestador del servicio tiene que buscar otro trabajo manual, así de sencillo y fácil. ¡Qué perversidad naturalizada!
Sé el primero en comentar