
Primeramente, quiero realizar algunas precisiones conceptuales. Para empezar, ¿qué entendemos por “medios de comunicación”? La respuesta es bastante sencilla: “medios de comunicación” son las vías, las herramientas, las “tecnologías” a través de las cuales las personas nos comunicamos: desde los papiros y vitelas, las pinturas rupestres y los mensajes sobre piedra hasta la invención de la imprenta, el alcance de los medios era bastante restringido, pero Gutemberg logró democratizar la palabra escrita y facilitar el acceso a ella, y en cierta forma la “masificó”.
Sin embargo, no va a ser sino hasta 1920 que se acuñó el concepto “Medios de comunicación de masas”, que derivó en el más moderno “Medios masivos de comunicación” (Mass Media). Hasta la posguerra estamos hablando solamente de medios impresos y luego se popularizan la radio, la televisión y el cine, y no será hasta las postrimerías del siglo XX que irrumpan las nuevas tecnologías. La comunicación de masas supone la interacción entre un emisor único y un receptor masivo y heterogéneo que, a los efectos de la comunicación, es anónimo.
En la actualidad, los Mass Media suponen un negocio millonario, una concentración económica cuasi monopólica y un crecimiento exponencial de la tecnología: a los ya clásicos se suman internet, la IA y todos los dispositivos de las TIC que, hoy día, atraviesan toda nuestra vida en cualquiera de sus áreas.
Como podía esperarse, el advenimiento de los mass media hizo surgir infinidad de acercamientos teóricos que, quizás, nos ayudarán a pensar qué nos está sucediendo en la actualidad. A continuación, veremos algunos de ellos:
- Harold Lasswell (1902-1978) es un politólogo de origen alemán que escribe su tesis doctoral analizando la propaganda durante la I Guerra Mundial, y el papel que desarrollaron esos primeros medios de comunicación de masas.
En el modelo de Lasswell (teoría de la aguja hipodérmica o de la bala mágica), la audiencia es concebida como una “masa”, informe, anónima, compacta, que responde a estímulos emocionales más que racionales. Los medios, para este autor, emiten los estímulos, que son recibidos de manera inconsciente en la audiencia, la que responde a ellos de manera uniforme. Lasswell compara estos estímulos con una “aguja hipodérmica” que va “inyectando” pequeñas dosis de lo que sea (propaganda) para producir ciertos efectos. Más tarde también se lo denominó “bala mágica”, porque el concepto de Lasswell era que siempre, bien dirigida como una bala, esa propaganda o ese mensaje iba a producir los efectos buscados.
- La Escuela de Frankfurt surge en Alemania durante el período conocido como la “República de Weimar”, un período histórico comprendido entre la finalización de la guerra y el ascenso de Hitler al poder (1918-1933). Concentró figuras muy conocidas, como Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, primeramente, y luego Herbert Marcuse, Walter Benjamin y Erich Fromm. La Escuela de Frankfurt analiza la sociedad burguesa, las ideologías autoritarias y el papel que cumplen en ellas los medios de comunicación de masas y lo que llaman la “industrialización” de la cultura. Para esta escuela, la cultura de masas es una pseudo-cultura al servicio de una superestructura (ideología y sistema de ideas) que configura el estilo de vida de las sociedades. La “sociedad de masas” es un producto de la sociedad burguesa y del capitalismo de producción y supone, además, una suerte de autoritarismo (por otros medios) que tiende al individualismo, a la disolución y fragmentación de la sociedad y a la desaparición de la conciencia de clase. En esta sociedad concebida por la Escuela de Frankfurt, la cultura pasa a formar parte del “mercado” (de “arte” a “mercancía”) y esto resulta en que los individuos aprenden a ser funcionales a las sociedades industrializadas, pero pierden su “espíritu crítico”.
- Determinismo tecnológico: quien inicia esta corriente de interpretación de la comunicación es Harold Innis (1894-1952), quien en 1951 propone que las tecnologías de los medios (desde las más rudimentarias del pasado hasta las más sofisticadas del presente) contribuyen de forma directa a establecer o modificar las estructuras económicas, sociales y políticas, así como también las formas en la adquisición y transmisión de conocimiento. Además, influyen en la representación e interpretación del mundo que esa sociedad, con esas tecnologías, tiene. Para Innis, muy tempranamente en los 50, es decir mucho antes de la globalización y de la explosión de nuevas tecnologías, los medios masivos de comunicación permiten a los imperios ampliar sus fronteras geográficas (trascenderlas, diríamos ahora, a la luz de la globalización) y transmitir intergeneracionalmente la cultura y el conocimiento. No le falta a Innis una crítica a los medios, puesto que los ve como reproductores, y estratificadores, de una cultura basada en el mercado. Por otra parte, sostiene que el medio dominante en una sociedad será el que modele a esa sociedad, política y económicamente.
- Marshall McLuhann, discípulo de Innis, fue más conocido que su maestro, acaso por su libro “La galaxia Gutenberg”, en el que analiza la cultura occidental como producto del desarrollo tecnológico de los medios: era tribal, era alfabética, era de la imprenta, era electrónica. En esta última era estamos desde la aparición del telégrafo en 1840 y, con el desarrollo de la tecnología, se ha instalado lo que McLuhann denomina “aldea global”, caracterizada por la instantaneidad, proximidad, predominio de lo audiovisual, selectividad de la memoria colectiva, etc. Los medios de comunicación en la aldea global son extensiones de las capacidades cognitivas del ser humano que actúan como filtro y determinan la manera en cómo percibimos el mundo. Por eso es que acuña su ya famosa frase “el medio es el mensaje”: el medio dominante de una época determina la estructura de las conciencias individuales.
- La sociedad del espectáculo: este concepto fue acuñado por el pensador francés Guy Debord en 1967 y se reconoce como la antesala del conocido movimiento revolucionario llamado “Mayo Francés”. Según Debord, el capitalismo se adueña del tiempo del trabajo del ser humano y luego, de vuelta a su hogar, el consumo y sus prácticas y la industria del entretenimiento se adueñan del tiempo restante. En ese estado de cosas, los medios son el emergente más visible de ese orden “espectacular”, convirtiéndose en la relación social entre personas mediatizada por imágenes. Para Debord, la economía en el capitalismo ha sometido la vida humana a un proceso alienante, por medio de la “espactacularización” de la información. La sociedad del espectáculo está al servicio del mercado y del consumo, y narcotiza toda posibilidad de reacción frente al sistema. El ser humano, en esta concepción, pasa a ser “puro espectador”. El espectáculo crea la ilusión de libertad, mientras aliena.
- Por su parte, Zygmunt Bauman describe a la modernidad —y todo lo que ella conlleva— como “líquida”. Su metáfora es explicada en contraste con lo “sólido”, lo que ocupa un espacio, conserva su forma, y, en cierta forma, dice el autor, “cancela el tiempo”. Los líquidos, fluyen, son ubicuos, se desplazan, cambian. En el pasaje del antiguo régimen a la modernidad, dice Bauman, había que deshacerse de algunos “sólidos” que impedían el progreso. Sin embargo, explica, lo que ocurrió es que en ese espacio vacío se instaló la variable económica, con un rol determinante. En esta “modernidad líquida”, todo ha cambiado, los poderes se han concentrado, y las fronteras territoriales han dado lugar al mundo globalizado. Los poderes globales se encargan de desmantelar las redes que servirían de contención, y entonces imperan la vulnerabilidad, la transitoriedad, la precariedad. En este contexto, la humanidad será también una humanidad líquida buscando dónde asirse: todo cambia y cambia vertiginosamente. El cambio es el estado actual, incluso el estado deseado. Las cosas “pasan de moda”, los artefactos “dejan de ser útiles”, las relaciones “se acaban”, los valores son movibles. Así las cosas, también el concepto de “cultura” ha cambiado: paradójicamente, de ser un factor de cambio, un factor de revolución, de “despertador” de consciencias, a ser un factor de seducción, de satisfacción de demandas de consumo (incluso de creación de esas demandas), de ser “estimulante” a ser “tranquilizante”. Como si fuera una vidriera en la que los productos “a desear” se ofrecen y cambian permanentemente —en sintonía con la incapacidad humana de prestar atención, y de conservar los gustos o las ideas por mucho tiempo— existe una competencia por la atención sobre esos bienes transables de la cultura líquida. En esa “cultura líquida” todavía estamos (cada vez más líquida, diría yo), y los medios: ¿son un reflejo o contribuyen a la liquidez?
- Jean Baudrillard explica su “Teoría del simulacro” de esta forma: “Hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición”. Así comienza “El crimen perfecto”: “Esto es la historia de un crimen, del asesinato de la realidad. Y del exterminio de una ilusión, la ilusión vital, la ilusión radical del mundo. Lo real no desaparece en la ilusión, es la ilusión la que desaparece en la realidad integral”. Según el autor, los “media” realizan esa tarea, porque, según ya había dicho, vivimos en la cultura del “simulacro”, que invade y hasta reemplaza la realidad: algo así como una “hiperrealidad” o una “realidad virtual” que impide distinguir realidad de ficción. El simulacro, para Baudrillard, no es copia de la realidad, como un mapa podría ser “copia” de un territorio. El simulacro suspende la realidad, es una realidad-otra. Y los seres humanos, sometidos al simulacro, vivimos a través de las representaciones de la realidad (de los simulacros). En la simulación se anula toda posibilidad de distinguir entre lo real y lo que no lo es.
- Noam Chomsky: el filósofo estadounidense es uno de los que más ha indagado acerca de las relaciones entre la comunicación de masas (y sus medios) y la política. Su tesis expone que los gobiernos —la política— utilizan los medios para sus propios intereses con diferentes técnicas de manipulación de la opinión pública: con “propaganda de guerra”, con la instalación de “noticias”, fijando la agenda pública de discusión sobre determinados temas y omitiendo otros, con frases que son repetidas al unísono por diversos medios a la vez, estigmatizando a personas o colectivos, hablando de ciertos temas con eufemismos, etc. Asimismo, los medios trabajan “filtrando” ciertos datos y enfatizando otros y así establecen un discurso dominante. Por tanto, Chomsky analiza la posibilidad de que el periodismo sea un género propagandístico que se expresa a través del mainstream. La comunicación de masas “actúa como sistema de transmisión de mensajes y símbolos para el ciudadano medio. Su función es la de divertir, entretener e informar, así como inculcar a los individuos los valores, creencias y códigos de comportamiento que les harán integrarse en las estructuras institucionales de la sociedad. En un mundo en el que la riqueza está concentrada y en el que existen grandes conflictos de intereses de clase, el cumplimiento de tal papel requiere una propaganda sistemática” (Chomsky y Herman, 1990: 21).
Para Chomsky, la propaganda (no la publicidad de un producto, sino la actitud propagandística de los medios, o los medios entendidos como una herramienta de la propaganda) cooptada por las élites corporativas y gubernamentales, constituye un gobierno mundial de facto. La información es poder. Es verdad que la propaganda es más usual en los regímenes dictatoriales, dice Chomsky, sin embargo, de maneras más sutiles, sigue presente en las democracias capitalistas que imponen un “límite de lo expresable”, al permitir debates y disidencias, siempre y cuando se mantengan dentro de una agenda pautada por el propio poder concentrado que, a través de los medios, manipula el consenso y la opinión pública.
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Es cierto, y hay que decirlo, que no todo el mundo está sumergido en una realidad mediada (por los medios y sus tecnologías) de la misma forma o con la misma intensidad, pero ¿no es inquietante esta interpretación del mundo sometido, de alguna manera, a los medios? ¿Y si fuéramos todos habitantes de ese “show de Truman”? Y, si fuera así, la pregunta más estremecedora sería: ¿Quién está “detrás de las cámaras”? ¿Cuáles son sus intenciones?
Como decía una vieja canción de protesta de aquella época hermosa, cuando todavía estaban vivas las utopías: ¿quién maneja los piolines de la marioneta universal?
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