Te invitamos a leer al primera parte
Cada grupo social posee su cultura y lenguaje. En el caso de las familias que pertenecen a la población en situación de calle, también la tienen, con sus características típicas y costumbres que muchas veces vienen arraigadas de generaciones anteriores. Como había comentado en la primera parte de este artículo, en este momento, a nivel de la familia de la calle (a quienes acompaño hace más de doce años), estamos viviendo una crisis, quizás de la misma manera que también lo está viviendo la realidad mundial. Aunque realizando un análisis sincero, no solo encontramos el fenómeno de la salida de la pandemia, sino una situación política económica anterior que comenzó en el 2016. Sectores que poseían cierta estabilidad mínima económica o un techo asegurado de alguna manera, se vieron empujados a llevar su economía y vidas a la calle. ¿Qué significa a la calle? A la vida donde se debe vivir en la vía pública o cohabitar en este medio y/o algún lugar precario en la periferia de la ciudad. Esa nueva población no conocía los códigos de calle tradicionales. Donde las ranchadas (grupos de personas indigentes que viven o llevan su vida asociada a la situación de calle: en colombia se le llama cambuche), o más bien la familia de la calle, no dejaban de ser vecinos dentro del resto de la población del barrio. Si bien el término vecinos, se podría decir que se aplicaba unilateralmente, se puede afirmar que existía un cierto contrato social dentro de los barrios entre los vecinos con techo y los sin techo. Es evidente que dicho contrato era indigno e insuficiente para la familia de la calle ya que, desde años atrás, se vivía el acoso y continuo asecho por parte de las instituciones gubernamentales de la ciudad. Implementándose políticas donde se despojaba de sus pertenencias mínimas a las familias de calle y se les obligaba por medio de la persecución sistematizada a cambiar de lugar.
Volviendo al relato del inicio de la crisis, estos nuevos sectores que comenzaron a vivir o habitar en la calle, rompieron los códigos y costumbres de la población de calle. Inclusive fue notorio cómo sucedió dentro de la familia de la calle. Históricamente las ranchadas tenían una estructura que, aunque en algunos momentos tensa y en otras de fraternidad amorosa, se caracterizaban por su desjerarquización o estructura horizontal. Si bien podía haber algunos casos particulares en que se quitaran pertenencias entre unos y otros, la relación en cierta manera incluía cierto nivel conflicto, pero también armonía. Por supuesto, rodeada en muchas situaciones de consumo de alcohol y drogas. Tema que en especial es necesario abordar con seriedad y desde la realidad en la vida de la calle y las relaciones familiares. Los nuevos habitantes de calle (podríamos usar un término más académico) no poseían los mismos códigos y en el barrio rompieron con las reglas de las ranchadas. Hubo un marcado individualismo. Comenzaron a robarse entre miembros de una misma ranchada. Convirtiéndolas en paradas transitorias, sin mucha conexión con el barrio. La concepción de familia de calle siguió, aunque con fracturas intensas dentro de la población prexistente, pero no se amplió. Apareció un comportamiento individualista, combinado con cierto punterismo, o la figura de mandamases o intermediadores. Dichas nuevas formas de dominio y convivencia también agudizaron el abuso y el conservadurismo extremo. La concepción de que los problemas se resuelven por medio del castigo. Castigo dictaminado por quien tiene predominio y puede manipular a la mayoría. Este dominio obviamente no solo está vinculado con tener beneficios personales dentro del grupo, sino también la negociación y los beneficios que vienen de afuera. Tanto sea de los vecinos, como de las organizaciones de caridad y de las acciones sociales del gobierno. Hay dos factores que confluyen: la histórica presión por parte del gobierno de convertir el barrio en una zona limpia, y el de fomentar el comercio y el turismo. Proceso que vi en varias partes del mundo desde Etiopía hasta en Surinam y muchos países más. Implementados con diferentes temáticas, pero todas vinculadas a los métodos forzados y de acoso. El proceso en mi barrio, se basó en una especie de proceso represivo, donde grupos de espacios públicos del gobierno actuaban apoyados por la policía local. En forma sistemática y deshumanizada. No olvido la situación inaceptable donde en procesos policiales en coordinación con espacios públicos se tomaba posesión de todas las pertenencias que las familias habían logrado, inclusive los juguetes de los niños. ¿Cómo? Si, leíste bien: los juguetes de los niños, por ejemplo, una patineta. Creo que, como persona responsable con el prójimo, comprenderás que estas familias no poseían un lugar para albergar las pertenencias. Las cuales obviamente no se tenían para simplemente poseerlas, sino para que, en el futuro inmediato, formaran parte de un pequeño hogar. Un alquiler muchas veces logrado con la ayuda económica del mismo gobierno que les tira sus pertenencias. Pareciera ser que, para acceder a un techo, tenés que no tener nada, y para cumplir dicha regla práctica o consecuencia de las actitudes incompetentes, ellos se las apoderan. ¿Alguien sin ingresos puede ir a dormir a una pieza de alquiler sin un colchón no teniendo acceso a ningún tipo de ingreso económico? Muchos dirán en el facilismo de la anexión: -Vayan a trabajar vagos-, yo les contestaría: -Por qué no te acercás con compromiso y responsabilidad, y sobre todo con humanidad amorosa a quienes no tienen opción. Por los motivos de historia social o personal que fueran causa de la situación de la persona-. Encontrarás escusas, pero también una cierta vagancia y justificaciones inhumanas para justificar dicha actitud irresponsable.
Párrafos atrás mencione el término limpieza de una zona, al hacer referencia a la actitud del gobierno de esconder, por medio del desplazamiento, la marginación. Los términos mercado, turismo, sectores selectos, neoliberalismo, turismo y exclusividad, como hemos trabajado en diferentes notas de este medio, van vinculadas con la pulcritud y sus mandatos ideológicos.
Las familias de calle (que viven sin techo en la calle o que han salido de esta situación) tienen su cultura y lenguaje. La valorización de su cultura y lenguaje es un valor muy importante para su autoestima y acceso a nuevas posibilidades personales y grupales. A través del tiempo hemos trabajado este tema con el grupo más cercano que he acompañado y acompaño aún. Recuerdo que hace unos tres años atrás, una de las mamás había comenzado a buscar trabajo. Al poco tiempo pudo acceder a dos trabajos y también comenzar a estudiar en la educación formal. Fue una verdadera situación traumática el comenzar simultáneamente a interactuar en dos mundos diferentes, con lenguajes también diferentes. Ella consideraba que, en sus ambientes, fuera de la familia de la calle, no le entendían y ella tampoco entendía lo que hablaban. Hace mucho tiempo que yo venía trabajando en el empoderamiento en base a la cultura propia, no como una manera de autoaislarse sino de valorar lo propio, de comprender que el lenguaje de calle es tan válido como el lenguaje de los otros sectores. Ello llevo a una autovalorización realmente considerable. Que dio pie a tomar acciones más emprendedoras tanto sea en lo comercial como en la relación con otros sectores. Ello no implica que se deba imponer un lenguaje a los otros, pero sí que se comprenda que por tener otro lenguaje se tiene otra valorización como persona. Hicimos talleres sobre organización personal y grupal, tecnología y otros desde nuestras propias necesidades y realidades. Tratamos también temas como ser: la normalidad, desarraigando el pensamiento culposo y desvalorización de referirse a otros sectores sociales como los normales. Ello permitió romper con determinados conceptos que ponían a nuestros amigos y amigas en una situación denigrante. Hay que tener en claro que hablar de un concepto de múltiples normalidades, no implica no someter a crítica determinadas costumbres, cuestiones culturales y prácticas. Sobre todo, aquellas relacionadas con el patriarcado, el dominio de unos/as sobre otros/as, la opresión, la violencia como método de resolución de problemas, etc.
Recuerdo que, en un momento, una de las mamás me pidió ayuda con determinadas tareas del colegio. Leímos algunos textos. Quedé indignado dado que muchas de las palabras que se utilizaban en el texto, o más bien la redacción, eran muy técnica. El texto no tenía ninguna conexión con el contexto cultural de ella. La finalidad del texto era describir determinadas instituciones de la sociedad ¿Cómo podría ella comprenderlas si el texto estaba redactado desde un contexto totalmente técnico? Sinceramente me indigné, y trabajé en explicarle utilizando un vocabulario no normalizado desde la exclusividad técnica. Sinceramente era incomprensible como los docentes pretendían que sus alumnos pudieran comprender conceptos en un lenguaje que no es el propio y donde el fin no es el aprendizaje del lenguaje sino los conceptos. Ese tipo de situaciones influía en su autoestima. Se sentía marginal e inclusive perteneciente a cierta anormalidad. En las actividades comencé a fortalecer la identidad, y ello generó un aumento de la autoestima, y una revalorización que le facilitó afrontar nuevas maneras de comunicación e interacción con ese otro mundo que no le daba espacio.
“…la imposición no sólo de su conocimiento sino de su uso en términos de lo que el sistema escolar llama corrección, frente a la lengua no legitimada, desvalorizada, inferiorizada y excluida, inherente, como capital simbólico al alumnado y su entorno social, es uno de los factores causantes, en cierto grado, tanto del fracaso como del abandono escolar…” Ígor Rodríguez-Iglesias, La ideología lingüística del sistema educativo.
Esta cita relata nada más cercano a lo sucedido con mi amiga. Sin valorización de lo propio, de la cultura de la comunidad a la que pertenece, no hay posibilidades tampoco de insertarse en otro mundo desde la autonomía.
“Lo que se suele llamar «estándar», o bien es un dialecto magnificado por la administración, la escuela y los medios de comunicación; o bien no es sino una variedad social que casi siempre se ha edificado sobre las bases de un dialecto prestigiado por causas que nada tienen que ver con los hechos lingüísticos. […] el estándar no es una lengua, claro está: es una variedad más que habrá sido privilegiada por razones, digámoslo una vez más, extralingüísticas (razones lingüísticas no hallaríamos ni una sola)” Tusón, 1996: 90.
Hay que tener en claro que todo lenguaje proviene de un grupo social, y su estandarizado o normalización se debe a una predominancia de un sector sobre otro. Sin empoderamiento de la familia de la calle y su cultura, esta no tendrá voz en la sociedad. Una voz particular, pero que sea respetada y valorizada como las demás.
“El sistema de enseñanza […] contribuye sin duda a la devaluación de los modos de expresión populares […] y a la imposición del reconocimiento de la lengua legitimada” (2008: 28).
Cómo prometí en el artículo anterior, esta nota estaría realizada en coautoría con amigos o amigas de la familia de la calle. Vamos a visibilizar algunos de los vocablos típicos de la Familia de la Calle en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Seba nos comparte el significado de las siguientes palabras de calle. Por supuesto las palabras van acompañadas de un contexto social y cultural de la familia de la calle.
Sebastian, el cordobecito, nos cuenta:
Rancho: significa amigo o compañero. Es una persona que comparte tu misma situación de calle, viviendo juntos en la ranchada.
Ranchada: lugar donde se asienta la gente que está en calle y conviven con otros como una familia. Puede ser en la plaza, en la vereda o tomando una esquina.
Ángela nos cuenta:
Berretín: es una palabra muy usados en los marginados. La palabra berretín significa como el capricho en una persona. Si no es como la persona quiere es un berretín por ejemplo: yo pelo las papas con corta papas y si no hay se tiene que hacer con un cuchillo, pero esa persona quiere si o si con corta papas. Entonces ahí se usa la palabra berretín
Piola: significa no te creas más grande que la otra persona es muy usada como “no te hagás el piola” o como si fuese el jefe de La ranchada.
Sheila nos comenta:
No te pongas el moño: significa que es no te regales porque te van a robar o te voy a robar.
Descansar: querer cagar a una persona, tomarle el pelo, querer pasarse de listo.
Lo que buscamos con estos ejemplos es demostrar que existe un lenguaje propio donde las expresiones o palabras tienen un significado contextualizado con la Familia de la Calle.
Cómo cualquier grupo social su lenguaje debe ser respetado, comprendido y valorizado; siendo este un primer paso para dignificar a la Familia de la Calle, su cultura y su gente.
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